31 de octubre de 2011
30 de octubre de 2011
28 de octubre de 2011
24 de octubre de 2011
16 de octubre de 2011
LA MUJER DEL ALBORNOZ DE HOTEL
Capítulo 2
Mientras observaba lo que había quedado del petit déjeuner hice un esfuerzo por recordar cómo había llegado hasta allí, quién era esa mujer y cuántos gintonic había bebido la noche anterior. Poco a poco me llegó a la cabeza el orden cronológico de lo que había sucedido.
Llegué al aeropuerto de París el día anterior. Un amigo, Alexandre Laforet, me invitó al estreno de su primera exposición de pintura “catastrofique”, una nueva visión artística inventada por él. Era un hombre un poco loco y soñador, pero me caía bien. Nos habíamos conocido cinco o seis años atrás en casa de unos amigos en común. Él vivía en Nueva York estudiando un máster con un nombre largo y en inglés sobre diseño de no sé qué. Al principio me costó entender su pensamiento y sus ideas, pero pronto entendí el mundo que le rodeaba y empezamos a ser muy buenos amigos.
La hermosa mujerdelalbornozylabiosrojos me miraba fijamente. Su pelo castaño estaba recogido en un moño mal hecho y el flequillo le tapaba uno de sus preciosos ojos verdes. Un silencio bastante incómodo reinaba en el ambiente, aunque la música que venía de la calle salvaba la situación. No sabía qué empezar a preguntar, ¿tal vez cómo se llamaba? ¿Cómo había acabado en ese hotel?
Afortunadamente ella comenzó a hablar, como si me hubiera leído la mente.
̶ Me llamo Chantal.
̶ Me llamo Chantal.
̶ Yo soy Nic
̶ ¿Nic?
̶ Sí, Nic. Viene de Nicolás. Me llamaban Nico, pero un amigo me aconsejó que cambiara de apodo para ser más original.
̶ Es cierto, me contaste esa misma histoguia en el cóctel de la exposición de Laforet.
Recordé entonces de dónde había salido aquella belleza parisina. Nos presentó Alexandre durante el cóctel posterior a la exposición. Me quedé fascinado. Medía un poco menos que yo con tacones y lo que más me gustaba de ella era su piel pálida y su acento francés, a pesar de dominar el castellano casi a la perfección. También me llamó la atención su color de labios, un rojo intenso que me hipnotizaba… ¿Quién me iba a decir que ese mismo pintalabios acabaría en mi cuello unas horas más tarde?
̶ Supongo que tú me trajiste ayer a este maravilloso hotel, no creo que pudiera llegar hasta aquí en el estado en el que me encontraba anoche. ̶ Al terminar la frase me salió una carcajada tonta, de la que me arrepentí enseguida.
̶ Sí, no fue difícil. Soy bastante buena para convencer a los hombres, y más si estos están gintoniczados.
También tenía una capacidad innata para avergonzarme.
Observé sus manos. Sus dedos eran largos y esbeltos, de pianista. Sus uñas estaban perfectamente pintadas de rojo, y en el dedo anular de la mano derecha llevaba un sello plateado. Curiosamente, el escudo de las sábanas coincidía con el emblema de la sortija.
̶ Sí, soy la dueña de este hotel.
15 de octubre de 2011
14 de octubre de 2011
11 de octubre de 2011
9 de octubre de 2011
BONJOUR MONSIEUR!
Capítulo 1
Me desperté.La luz que entraba en la habitación desde el exterior impedía que abriera los ojos completamente y un montón de sábanas blancas como las paredes del lugar en el que me encontraba me aprisionaban.
Me froté los ojos mientras pensaba cómo había llegado a esa habitación. Supuse que me encontraba en un hotel, las sábanas tenían un escudo bordado con hilo dorado junto a una inscripción: “Grand Hôtel”.
No me paré a contar el número de estrellas que se encontraban bajo el bordado, no quería preocuparme tan pronto por la factura que tendría que pagar por haber pasado toda la noche en aquella habitación tan moderna.
Empecé a reparar en lo que me rodeaba. Las paredes estaban pintadas con una técnica de gotelé distinta a la común. Un único cuadro vanguardista proponía un contraste con los colores pálidos de la habitación.
Me levanté con dificultad de la gran cama de matrimonio y me dirigí hacia los grandes ventanales que cubrían toda la pared de la derecha. Descubrí que una mujer de entre veinte y treinta años había dormido a mi lado. Las manchas de pintalabios rojo que cubrían mi cuello habían manchado también las sábanas.
Caminé arrastrando los pies por la moqueta, algo que me encantaba. Al abrir la gran puerta de cristal y madera, un olor a croissants y a café me embriagó. Me encontraba en una amplia terraza con suelo y balaustrada de piedra. Un par de sillas de metal rodeaban una mesa antigua, donde descansaba una bandeja con el desayuno. Podía escuchar a Edith Piaf desde la calle.
Me asomé por la balaustrada y me quedé sorprendido, algo que no me ocurría con frecuencia. Una calle llena de puestos de flores de colores y de gente en bicicleta se desplegaba a mis pies. También había puestos en las aceras de una calle perpendicular a la del hotel. Mi miopía impidió que distinguiera lo que vendían en ellos.
Me froté los ojos mientras pensaba cómo había llegado a esa habitación. Supuse que me encontraba en un hotel, las sábanas tenían un escudo bordado con hilo dorado junto a una inscripción: “Grand Hôtel”.
No me paré a contar el número de estrellas que se encontraban bajo el bordado, no quería preocuparme tan pronto por la factura que tendría que pagar por haber pasado toda la noche en aquella habitación tan moderna.
Empecé a reparar en lo que me rodeaba. Las paredes estaban pintadas con una técnica de gotelé distinta a la común. Un único cuadro vanguardista proponía un contraste con los colores pálidos de la habitación.
Me levanté con dificultad de la gran cama de matrimonio y me dirigí hacia los grandes ventanales que cubrían toda la pared de la derecha. Descubrí que una mujer de entre veinte y treinta años había dormido a mi lado. Las manchas de pintalabios rojo que cubrían mi cuello habían manchado también las sábanas.
Caminé arrastrando los pies por la moqueta, algo que me encantaba. Al abrir la gran puerta de cristal y madera, un olor a croissants y a café me embriagó. Me encontraba en una amplia terraza con suelo y balaustrada de piedra. Un par de sillas de metal rodeaban una mesa antigua, donde descansaba una bandeja con el desayuno. Podía escuchar a Edith Piaf desde la calle.
Me asomé por la balaustrada y me quedé sorprendido, algo que no me ocurría con frecuencia. Una calle llena de puestos de flores de colores y de gente en bicicleta se desplegaba a mis pies. También había puestos en las aceras de una calle perpendicular a la del hotel. Mi miopía impidió que distinguiera lo que vendían en ellos.
Al darme la vuelta, me llevé la segunda sorpresa del día. La mujer que había compartido cama conmigo me miraba, apoyada en una de las sillas y envuelta en un albornoz de hotel.
̶ Bonjour Monsieur, bienvenido a París.
8 de octubre de 2011
BERMUDAS
No quiero más bermudas hasta el año que viene, quiero bufandas
Parece que el Otoño tiene complejo de Verano
7 de octubre de 2011
5 de octubre de 2011
3 de octubre de 2011
NACPRESSO MEXICO
Muchas gracias a
CECI DE LA MORENA
por estas fotos mexicanas, wey.
¡CARACOLES! Encima me las pasa retocaditas y todo, así me gusta frijolita.
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